viernes, 30 de enero de 2009

Tejas Terribles de limón. Como la vida misma: simples, pero no fáciles


Cuando vi en el blog de Cris -blog que es un auténtico "postre visual" y os recomiendo ir a ver si no lo habéis visitado todavía- su receta de tejas para los Daring Bakers de este mes, una vez más me dejé llevar por la tentación.

Las pasadas Navidades había visto esta recetilla de Martha, esa diosa doméstica fría y patológicamente perfecta, que me apetecía probar (la receta, no a Martha, Martha es bastante poco incitadora a la lujuria). Pero al final no lo hice porque anduve ocupada en otras cosillas y, lo reconozco, las tejas me evocan un je-ne-sais-quoi de postre de solterona, de galleta de viejecita rancia, de ésas que tienen tapetes de ganchillo sobre la tele y fundas de encaje para cubrir los rollos de papel higiénico en el cuarto de baño. Estoy segura de que alguna vez he debido de visitar a alguna que debió de ofrecerme tejas, cuidadosamente guardadas en una caja de latón, y la asociación se me tatuó en el inconsciente para siempre jamás.

Por eso las perlas de la foto, esto se cocina con ristra de perlas al cuello y moño estilo Grace Kelly (en mi caso, he tenido que conformarme con perlas falsas y peinarme el pelo con raya a un lado, bien formalito).


Debe de ser porque ando cansada y estresada, el toque ligeramente anticuado de la receta me apetecía mucho hoy, y como a causa de ese estrés he estado muy perra esta semana con monsieur M., me he dicho que iba a intentar compensar mi humor lamentable con ofrendas de paz. Y es que monsieur M. es un loco de los barquillos, en cualquiera de sus formas y manifestaciones. Es una de esas aficiones que tiene que encuentro conmovedoras, como sus libros de autoayuda para encontrar su lado sensible y femenino (enterrado en las profundidades de ese cuerpo de bigfoot), lo de que le guste planchar a pecho descubierto o el que aún guarde la colección entera de tebeos de Gastón Lagaffe, y que de vez en cuando la relea.

La receta de doña Marta Estuardo de "tejas de encaje al limón" es una de esas recetas que cuando la lees te dices: -"Ey, simple". Pocos ingredientes, aparentemente pocas complicaciones. Atención: aquí es cuando dejamos a un lado la hilera de perlas y el lenguaje de este post empieza a deteriorarse. Y una mierda, fácil. Citando a Julia Child: "simple, no es necesariamente fácil".

La mezcla de la masa en sí no tiene ningún misterio, el problema es para darles la forma. Martha dice en su receta: "dejar reposar un minuto antes de empezar a darles forma". Martha tiene razón, maldita sea. Para darles la forma cilíndrica enrollándolas en torno al mango de una cuchara de madera, si la masa está demasiado caliente, aparte de romperse (porque es finísima y llena de calados que son lo que dan a las tejas ese aspecto como de un jodío encaje de bolillos, con perdón), te quemas los dedos como una oligofrénica, y no mantienen la forma. La forma de teja clásica es más fácil de conseguir: mientras te quemas y blasfemas sonoramente, buscas frenéticamente el rodillo de amasar -o una botella- y lanzas la masa encima, dejándola enfriar.

Es lo que tiene esta masa de las tuiles: un punto de temperatura muy exacto para trabajarla. En cuanto al horneado, no perdona, ni permite el multitasking: he tenido la malísima idea de hornear una segunda tanda mientras daba forma a la primera. No lo hagáis en vuestras casas. Mientras luchaba por hacer malditos canutillos para impedir que mi hombre me pida el divorcio (patético, lo sé), la masa ha pasado de un tono blanco paliducho a carbonizado en menos de un minuto (lo juro, tenía un minutero en marcha, he apartado la vista un momento y... ¡zas! La segunda bandeja quemada).

A pesar de que no haya conseguido un término medio -me han salido o muy pálidas o muy quemadas-, ricas, lo que se dice ricas, lo están. Con un perfume muy pronunciado de limón. Crujientes y ligeras. No como yo, que cuando he terminado de hacerlas me sentía todo menos ligera. Tenía la cara y el pelo pegajosos de azúcar, manchas grasas de mantequilla en todos los pomos de todas las puertas, las yemas de los dedos abrasadas y he tenido que hacer acrobacias para quitarle la pila al detector de humo, que se ha disparado cuando he carbonizado la segunda tanda.
Hay días así, en los que las deidades reposteras no están de nuestra parte. Según monsieur M., en su comentario sexista preferido, esos días siempre tienen la tendencia a ocurrir en el mismo momento de cada mes.
En fin, echadles un vistazo, porque son fotogénicas, las puñeteras. Y porque no las voy a volver a hacer en mi vida.

jueves, 29 de enero de 2009

Los derechos del lector


El post sobre los libros de autoayuda ha dado lugar a algunos comentarios muy interesantes de parte de los lectores que se sientan a menudo a la mesa de esta cocina. Vuestros comentarios me han dado ganas de ahondar un poquillo más en el tema de la lectura/cultura y nuestras culpabilidades y complejos en relación al tipo de lector/espectador que somos, o que creemos que somos. Esta entrada también puede animar un poco a los padres de retoños que parecen sentir un rechazo visceral a la letra impresa o al cine en el que no se destripa a un grupo de adolescentes con un gancho de carnicero.

Daniel Pennac, escritor francés que me cae especialmente simpático por varios motivos (escribió novela negra sin acomplejarse por ello, tiene grandes inquietudes pedagógicas, entre otras las de transformar la educación pública en una institución que dé una educación de calidad, sin masacrar al individuo), es un rebelde literario y pedagógico que de niño sufrió mucho intentando adaptarse a una escuela que no estaba hecha para él, y que si hubiera hecho caso a los obtusos profesores que lo desahuciaron del mundo cultural, nunca hubiera escrito cosas tan interesantes como "Comme un roman" ("Como una novela"), ensayo en el que estableció los derechos imprescriptibles del lector :

1. El derecho a no leer
Yo no sé vosotros, pero yo este derecho no lo practico. En un país nórdico, con tanto tiempo pasado en casa, y una tele que es... pues eso, tele, es casi imposible. A veces, entre dos libros, especialmente si el libro recién terminado me ha gustado mucho, necesito como una pausa para digerirlo. Entonces es el momento de lanzarse a los cómics. Pero eso también es leer, puntualizo, sobre todo para los padres preocupados por el grado de analfabetismo de su descendencia.

2. El derecho de saltarse páginas
Cuanto más me gusta una historia, tengo tantas ganas de saber lo que va a pasar, que "echo un vistacillo". Soy de natural impaciente. Pero una vez satisfecha mi curiosidad, suelo leer todo lo que me he saltado. Porque lo importante no es solamente saber el destino del viaje. La ruta para llegar también suele ser interesante.

3. El derecho a no terminar un libro
Aún me cuesta mucho. Tengo esa testarudez crónica producida por una de esas educaciones "hay-que-terminar-lo-que-se-empieza" (y mirad la miseria que me está dando con la tesina). Pero empiezo a darme permiso para hacerlo (no terminar un libro, no hablo de la tesina. Ésa, o la acabo, o acaba conmigo). Y tras leer el comentario de mi hermano en el post anterior, creo que es algo que me voy a autorizar más a menudo.

4. El derecho a releer
Mh, éste tampoco me lo aplico. Creo que una vez o dos en toda mi vida. Hay demasiados libros que no he leído y que me gustaría leer, y tan poco tiempo...

5. El derecho a leer lo que sea
Totalmente de acuerdo. Libros para niños. Novelas rosa. Clásicos de posguerra. Tebeos. Revistas, del corazón o de más abajo. Diccionarios. Cajas de galletas. Envases de cosméticos. Anuncios en el metro. Grafittis en las puertas de los baños. Anuncios luminosos. Blogs, correos, libros de recetas, folletos en la farmacia. Los post-it que la gente tiene pegados al frigo, en casa ajena.

6. El derecho al "bovarismo" (enfermedad de transmisión textual)
La lectura de obras de ficción, ¿puede realmente hacer que uno se sienta insatisfecho con su propia vida? Probablemente sí.

Yo he tenido que resignarme a que nunca iré al colegio Hogwarts de magia y hechicería (ni siquiera como profe); a que nunca tendré una tía como Jane Marple, con la que tomar té con scones mientras hacemos punto y me cuenta su último caso; a que realmente no tengo ningún talento para el adulterio y los amores prohibidos como Anna con su Vronsky, Lara y Yuri, Madame Bovary; a que jamás tendré una hermana como Elinor Dashwood, generosa y razonable, con la que compartir mis secretos, ni una casa en Francia como Claudine (aunque mi gata es casi como la suya) o en Toscana, como Frances Mayes. Tampoco iré al Yukon a vivir la fiebre del oro como los personajes de Jack London, ni me pasearé por la Tierra Media acompañada de Aragorn (*suspiro*), ni por la Escocia de Stevenson, ni por los salones elegantes del Nueva York del XIX, como la condesa Olenska.

Pero si no hubiera abierto esos libros, nunca hubiera conocido todos esos personajes, todas esas épocas, todos esos lugares. Eso me compensa de la envidia cochina que me provocan.

7. El derecho a leer en cualquier sitio
Éste lo practico con pasión. Algunas de mis mejores lecturas las he hecho en los sitios mas inverosímiles, en las situaciones más inapropiadas.

En tiendas de campaña en Quebec, a la luz de la linterna, escuchando algo (por-favor-que-no-sea-un-oso-por-favor-que-no-sea-un-oso) que anda entre los arbustos que rodean el claro donde dormimos. En el cuarto de baño, por supuesto, en la cama, en el sofá, en colas del autobús, del metro, en muchos aeropuertos y estaciones de tren diferentes de países diferentes. En la piscina municipal, en un parque municipal, en la biblioteca municipal -curiosamente, no mucho-, en la cola de las elecciones municipales, en una asamblea municipal (estooo, era muy aburrida), en clases de matemáticas y de fonética. En presentaciones ministeriales (estooo, yo sólo tenía que ocuparme de hacer unas fotos para el periódico interno, al final. Y también era increíblemente aburrido). En la playa, en el supermercado, en la cocina, revolviendo una bechamel, en el albergue de peregrinos, en pubs, en bares, en cafeterías, en el restaurante, sola y acompañada. En muchas salas de espera de hospitales, en la UVI, en un entierro. En medio de un bosque, en medio de un lago, en medio del Atlántico. En una roulotte, en un ferry, en un tren.

8. El derecho a hojear
En la librería y en la biblioteca, un vicio. Y una necesidad, nunca compro un libro sin leer al menos el primer párrafo, mejor, la primera página. En casa de otras personas, una indiscreción.

9. El derecho a leer en voz alta
Me encanta, siempre me ha encantado. Cuando era una cría le leía a mi madre mientras planchaba, he leído cuentos a mi sobrino, a los niños de mis clases de primaria, como voluntaria a un par de abuelitas con pérdida casi total de la vista. Leo para monsieur M., cuando un pasaje es gracioso o interesante. Canto fatal, pero leo bien.

10. El derecho a callarnos.
¿Te has leído las obras completas de Pemán o todos los tomos de la Enciclopedia Británica? Tanto mejor para tí. Probablemente la gente a tu alrededor también ha leído mucho. En esto, intento aplicarme el proverbio quebequés (no sé si realmente es quebequés, pero lo aprendí aquí): "La cultura es como la confitura: cuanto menos hay, más se extiende".

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"El verbo «leer» no soporta el imperativo. Aversión que comparten otros verbos: el verbo «amar»... el verbo «soñar»"

(D. Pennac, "Comme un roman").
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MEME DE ULTIMA HORA:
Por sugerencia de Sara, y como quiera que me ha parecido buena idea, pero sé que somos gente ocupada que no siempre aprecia que nos lancen el testigo y nos creen la obligación de pasar el meme cuando no tenemos tiempo -o ganas, o ideas-, propongo un meme libre, parafraseando a De Gaulle cuando vino de visita a Quebec (vive le "meme" libre!).
Si tenéis ganas de contarnos cómo os aplicáis (o no) estos derechos del lector, no tenéis más que escribirlo en vuestro blog y dejar un comentario en este post, con el enlace de la entrada a vuestro blog.
No pienso hacer una recopilación porque tengo una tesina por terminar y garbanzos en el fuego, pero creo que la gente será capaz de ir a ver los comentarios solita. ¡Animaos, tengo ganas de leeros!

martes, 27 de enero de 2009

Shut Up, Stop Whining, and Get a Life.

Imagen de Ed Polish & Darren Wotz

Debo advertiros que esta entrada muestra mis intimidades más bochornosas hasta un punto sumamente embarazoso. Pero creo que va bien con el mes de enero, los propósitos para el año nuevo y los regalos recibidos en Navidad con los que no sabemos qué hacer.

Permitidme un preámbulo aclaratorio:

Nunca he sido capaz de soportar los libros de Richard Bach. Libros que me regalaron amigos que, por otra parte, considero encantadores e inteligentes. "Siddhartha" fue el libro que menos me gustó de Herman Hesse. Y Paulo Coelho me pone de los nervios. Cuando lo leo, me provoca urticarias, eczema, irritación aguda y un tic nervioso en el ojo izquierdo.

Ya, ya sé que siempre despotrico contra los apóstoles de la New Age, contra "El secreto" y toda esa gente que se forra asegurándonos que han descubierto el secreto de la felicidad. Sin embargo, necesito salir del armario, en todo mi esplendor paradójico : SI, yo también tengo LIBROS DE AUTOAYUDA.

También llamados en francés -en Quebec- libros de psico-pop, de developpement personnel, toda la vida he considerado estos libros como la comida rápida de la cultura o la filosofía, la porno de la espiritualidad, la novela Arlequín de la psicología . Siempre los había mirado con una mueca despectiva, un alzamiento de ceja autosuficiente, una sonrisa burlona.

Pero desde que vivo en Canadá, me ha pasado algo terrible: cuanto más estudio, cuanto más películas veo, cuanto más leo, más me siento incapaz de escribir sobre literatura, sobre cine, sobre arte. Me paso por algunos blogs que hablan de cine o de literatura y en la mayoría, -salvo algunas muy honrosas excepciones, o salvo en los blogs de creación literaria-, no siento que hay simplemente una voluntad de sacar a la luz autores para que la gente los lea y los disfrute tanto como el autor del blog, no. Siempre hay un fondillo de autosatisfaccción -oh, esa peligrosa autosatisfacción de la treintena o la cuarentena-, un relente de "para-que-veais-lo-cultivado/a-que-soy-no-todo-el-mundo-se-sacude-estas-lecturas-¿eh?", un tufo de ego que necesita ser satisfecho y acariciado, tufo que cada vez me resulta más difícil de respirar.

Todo ello provoca que tienda a guardarme para mí mi opinión sobre mis lecturas "elevadas" o las pelis "serias" que veo (por ejemplo, podría deciros que "El lector", la película basada en la soberbia novela del mismo título), es una muy buena película, que trata fantásticamente el tema de la culpabilidad histórica y personal, de la responsabilidad, y de cómo nadie puede permitirse juzgar al prójimo, pero ya hay suficiente gente que os hablará de ella, y mi opinión no es especialmente interesante.

Tampoco vayáis a hacerme mucho caso, y sobre todo que este post no os desanime de la lectura de otros blogs con mucho fundamento. Esta forma de pensar es lo que probablemente ha motivado que nunca me haya decidido a "vivir del arte", y lo que ha provocado que me apasione la enseñanza. Pienso que la mayoría de la literatura, del arte plástico y del cine que se produce hoy en día viene de gente que no se ha sentado a pensar, ni ha vivido el tiempo ni las experiencias suficientes como para tener nada interesante que decir, o con un ego tan enorme que explica el por qué esos artistas creen firmemente que sus pelusas ombligueras más íntimas son de interés público, yo entre ellos. Jo, qué afirmación, dirán algunos.

Eh, sí. A lo mejor para ser artista uno no necesita tener realmente nada que decir, sino una formidable inconsciencia sobre la futilidad de decirlo. Si es así, me alegro de que existan ese tipo de inconscientes, porque las pelis de Capra, de Woody Allen, de Boyle, los libros de Colette, de Austen, los cuadros de Hopper, de Warhol, de Friedrich, han hecho que mi vida sea más feliz, más rica y menos solitaria. (A los que acechan los nombres que doy, para evaluar solapadamente mi nivel cultural, os muestro cordialmente el dedo medio de la mano y os animo a releer este post, lo necesitáis, va justamente dedicado a vosotros. Es imposible cerner y reducir las complejidades de una persona con tres nombres lanzados al azar. También podría haber dicho Agatha Christie, "Walle-e" y Mortadelo y Filemón, o Boris Vian, David Lean y Satrapi. Treinta y seis años de vida dan para leer bastante... pero jamás suficiente).

Quizá todo esto explique que las únicas formas de arte/artesanía (depende de vuestro punto de vista) que me apetece comentar por aquí son totalmente intrascendentes, como los cómics o las novelas policiacas. La creación intrascendente, con la humilde intención de divertir, me parece una de las más honestas y loables. Cuanto más envejezco, más aprecio la humildad, quizá porque es algo a lo que aspiro de verdad. Por eso hay por ahí tantos grandes autores de novela policiaca que han tardado en ser reconocidos como soberbios escritores.

Y por eso escribo un blog cocinillas, que no culinario. Como afortunada que ha crecido en un país con un sistema de educación pública bastante aceptable (al menos por aquel entonces), tengo una visión bastante socialista de la cultura: adquirir, transmitir y producir cultura no debería servir para crear una élite de elegidos que tienen acceso a una serie de obras a las que el común de los mortales no puede acceder, debería servir para enriquecer sus vidas, ampliar su visión y comprensión del mundo, convertirlos en seres humanos más felices y con más herramientas de expresión y de desarrollo personal. La cultura como elemento unificador, no de alienación, de diferenciación -en el sentido de crear castas culturales-. Si la cultura se convierte en un bien de lujo, podemos lanzar al retrete la idea de la educación pública y tirar de la cadena. Hay quien elige la creación. Yo he optado por la alfabetización. Las dos opciones son necesarias (si no termino así, mis amigos artistas no me vuelven a hablar ;-).

De ahí que me ponga de los nervios cuando leo a alguien que utiliza su lectura de los clásicos rusos o su apreciación del minimalismo como algo que lo eleva fundamentalmente por encima de la plebe, del resto de los mortales que ven por la tele "Sex & the city". Defiendo mi derecho inalienable de considerarme un ser humano medianamente inteligente que puede disfrutar de Tolstoi y de "Los Soprano" a un tiempo. Sin pedir disculpas por lo segundo, sin sentirme una raza aparte, descendiente directa del muslo izquierdo de Júpiter, por lo primero.

Queda dicho. Ahora, los libros de autoayuda:

Cuando llegué por primera vez a Montreal, y monsieur M. me abrió la puerta del apartamento que compartiríamos durante un año (hasta mudarnos a esta barraquita semiderruída y partir al gran norte poco después), lo primero que hice en cuanto me dejó una hora sola fue echar un vistazo a sus estanterías. Que una cosa es el flechazo, y otra muy distinta vivir con alguien, y descubrir que es un psicópata obsesionado por la pornografía zoófila, o que sólo lee a Bárbara Cartland, o que no lee, punto. Eso para mí es el punto sin retorno. Cuál sería mi sorpresa al ver que, entre sus abundantes volúmenes de filosofías orientales y budistas diversas, entre títulos como "El libro tibetano de la vida y de la muerte", o "El infinito en la palma de la mano", "Koans zen", o incluso "El Corán" o "Historia de las religiones", se escondían cosas como "Los hombres vienen de Marte, las mujeres de Venus","El arte de la soledad", o el gran hit quebequés: "Père manquant, fils manqué".

Este hallazgo me pareció mitad enternecedor (viniendo de un inmenso hombretón como él), mitad embarazoso, algo así como cuando tu pareja descubre, tras poco tiempo de convivencia, que eres adicta a una telenovela, o que roncas sonoramente. Monsieur M., intrépido quebequés que se asume sin complejos, no tiene ningún problema para reconocer esas lecturas , y si una lo piensa detenidamente, no hay nada especialmente vergonzoso en ello, no más vergonzoso que cuanto yo me trago series de libros infantiles como las "Crónicas de Narnia" con la excusa de leer en inglés, o mis novelitas de chick lit. Que no sólo de Pasternak vive el hombre -bueno, la mujer-, y en mi caso, desde la vuelta a los estudios intensivos, la literatura comercial y de pura diversión ha copado mis lecturas. No, decepcionados lectores, no soy un dechado de cultura. Tampoco soy una rubia pulposa, ya puestas a decepcionar.

Este tema de lo que leemos-vemos en la tele-en el cine de verdad y que nunca reconoceríamos en público, es materia para un post en sí mismo. Dentro de poco en sus pantallas (bueno, monitores). Que no quiero perder el hilo. A lo que iba.

La primera vez que pisé una -enorme- librería en Montreal : el tamaño de la sección self-help me alucinó, tanto como el hecho de que se mezclaba lo que yo considero como pseudoliteratura con libros respetables, como los escritos del Dalai Lama. En esta parte del planeta donde la comida es rápida y existen los autocines, donde Ikea hace furor, la autoterapia se exhibe sin ningún pudor. La gente se compra esos libros que son la llave Allen para solucionar sus neurosis, y no le da ningún apuro de charlar sobre ellos (¡y prestárselos!) a los amigos.

En un país en el que no se ve a nadie desnudo en la tele ni en las vallas publicitarias, esta indecencia me sorprende.

Yo no he llegado a ese nivel de impudicia, de hecho creo haber terminado de leer sólo uno de esos libros (imagino que me aguarda una vida de horrible desequilibrio emocional). Pero el hecho de haberlos comprado ya es grave de por sí.

El primero que compré - y el único que terminé- fue por su título provocador y un poco punky: Shut Up, Stop Whining, and Get a Life. ("Cállate, para de quejarte y búscate la vida").

Lo único bueno de este libro, en sí mismo bastante malo, -son consejos que vuestra madre podría daros completamente gratis, prácticamente en el mismo tono- es la irritación que muestra el autor hacia sus posibles lectores. Éste no es uno de esos libros en los que se agita un poquito tu triste pasado con tus vivencias dolorosas, para después aplicar un bálsamo reparador y hacer las paces con tus traumas, no. Este libro es un capón emocional en toda regla, un cachete psicológico.

El tipo que lo ha escrito parece estar hasta el gorro de escuchar a la gente quejarse durante sus conferencias (él es... motivador de profesión, lo sé, esto va de mal en peor). Se define a sí mismo como "el pitbull de la autoayuda". Sólo hay que ver su foto en la portada, tiene todo el aspecto de un líder espiritual, la sabiduría en persona. Tenía todo para caerme bien, vaya. Así que explica durante 228 páginas que si te va mal en la vida, es principalmente culpa tuya, chacho. ¿Estás gordo/a? Come menos. ¿Te ha dejado la novia/o? Probablemente eres un plasta con el que es insoportable vivir. ¿No tienes un chavo/duro/euro? Deja de ser un cretino, estudia, búscate un buen trabajo, cepíllate los dientes.

Sutil, ¿eh? La verdad es que obtuve un cierto placer malsano leyéndolo, para qué voy a mentiros, y estoy básicamente de acuerdo con la tesis a la base del libro : la responsabilidad personal. Aunque hay formas más interesantes de elaborar sobre el tema. Así que reincidí. Me compré otros. A fin de cuentas, este tipo de libros parece haber sido muy útil para Bridget Jones. Y conozco personas a las que aprecio mucho que juran que su vida ha cambiado gracias a esa lectura. Caray.

Estoy preocupada. ¿Dónde voy a ir a parar? ¿Acabaré comiendo hamburguesas en Wendy's? ¿Leyendo la biografía de Rocío Durcal? ¿Viendo Loft Story -el "Gran hermano" de la tele quebequesa-? ¿Votando al PP?

Aquí van unas fotos de mi biblioteca de psico-pop, todo sea por satisfacer vuestro voyeurismo. Sospecho que se me nota la influencia de mi zen de marido. Pero si él ha alcanzado el nirvana, yo también quiero, faltaría menos.

Hala, echadle un vistazo. Y reíros, malandrines. Que sé que vosotros también tenéis alguno.

domingo, 25 de enero de 2009

Los pequeños placeres


Cuanto más vivo, cuanto más leo, más alegría encuentro en cultivar un gusto particular por los pequeños placeres. Como romper con la punta de la cuchara la costra de la crème brûlée. Qué sonido tan parecido al de romper el hielo que invade este país -y el parabrisas del coche -. Qué materias tan diferentes.

viernes, 23 de enero de 2009

Mulligatawny vegetariano

En las semanas que suceden a las navidades, normalmente a ningún ser humano normalmente constituído le apetecen enormes comilonas. A nadie, salvo a mi bigfoot de marido, cuyo tamaño viene probablemente de una herencia genética plantígrada, que hace que se ponga a soñar con pollo a la barbacoa tres horas después de la comilona de Nochebuena. Y a mí, cuando la temperatura baja de los veinte bajo cero en Montreal, me dan ataques de glucidomanía, y paso por una fase alucinatoria en la que sueño con enormes platos de pasta chorreantes de queso fundido, patatas fritas y chocolate, chocolate, chocolate. Exit, Atkins, bonjour, hidratos de carbono. En cantidades industriales.

El resto de la humanidad, especialmente la humanidad femenina, que se empeña en medir su valía como ser humano por la pequeñez de la talla en la que es capaz de entrar (mira que somos mentecatas), por estas fechas quiere alimentarse sólo de verduritas. De redimidoras, salvadoras y poco grasas verduritas.

Sea, pues. Declaro enero mes de la verdurita redentora, y os propongo una receta que, además de calentar estómagos y cuerpos transidos por el frío invernal, es muy nutritiva, como todas las recetas con legumbres, pero a diferencia de otras recetas con legumbres, es también fresca y nada pesada. Y tiene esa nota de exotismo perfumado que nos hace variar un poco de nuestros habituales pucheros. Not your mamma's beans.

Espero compensar así los efectos engordantes de esos nocivos (pero, oh, cuán gozosos) macarrones con queso, por los que alguna que otra fiel lectora acusó a este blog de ser pernicioso y dañino para la silueta. En mi defensa diré que la silueta no existe en Quebec entre noviembre y abril, y claro, a veces se me olvida que muchos de mis lectores van a exhibir sus carnes en pantalones cortos mientras yo aún llevaré ropa interior larga.

El mulligatawny es a la cocina anglo-india lo que la sopita de pollo con fideos a la cocina de mamá: una tradición reconfortante, de la que existen tantas recetas como mamás diferentes. Normalmente se incluye en la receta pollo, u otra carne, pero la primera vez que oí la receta fue en su versión vegetariana, y se ha mantenido como mi favorita.

Normalmente insisto en aclarar que no soy una cocinera creativa y que no invento ninguna de mis recetas (si acaso, las adapto un poco a mis gustos o a mi nivel elevado de colesterol), pero esta vez tengo que aclarar que existen tantas recetas diferentes de esta sopa, que he terminado por mezclarlas y refinarlas hasta obtener la mía propia, y está bastante rica.

Ahí va:

MULLIGATAWNY VEGETARIANO

(para 4 personas, más o menos, pero yo y las cantidades... bof)



Ingredientes

- 1 cebolla pequeña picadita

- 4 dientes de ajos picados finos

- medio pimiento rojo en daditos pequeños

- medio pimiento amarillo o naranja, en daditos (si no los encontráis, uno rojo entero)

- 1 tomate grande, cortado en cubos

- 1 batata, 1 boniato o una taza de calabaza pelada y cortada en cubos

- 1 zanahoria, cortada en pedacitos

- caldo de pollo al gusto (en su defecto, un cubito de caldo, pero yo prefiero el caldo en brik de Campbells, no sé si existe por allí...), de verduras si queréis que la receta sea vegetariana de verdad

- dos o tres tazas de espinacas o acelgas, cortadas en tiras no muy finas

- 1 manzana mediana, pelada y cortada en dados, regada con un chorrito de zumo de limón

- 1 taza de lentejas rojas (ver foto; las verdes también sirven, pero tardan más en cocerse y el sabor no es el mismo, las rojas son más dulces)

- zumo de medio limón

- 2 cucharadas de té de jengibre fresco, bien picadito

- 2 cucharadas de té de cilantro fresco, picadito (opcional)

- 2 cucharadas de té (o 3, si os gusta bien especiado y no es muy picante) de pasta de curry (ver foto) , o de curry en polvo

- 1 cucharada de té de comino molido

- 1 cucharada de té de cúrcuma

- sal y pimienta al gusto

-yogur natural no azucarado para servir, o un chorrito de leche de coco (opcional)

(Estos ingredientes son para hacer el mulligatawny "a la Arantza", pero podéis variar en función de lo que tengáis por el frigo: berenjenas, puerro en lugar de cebolla...).

Preparación

En un fondo de aceite (de oliva vale perfectamente, el plato es tan especiado y perfumado que no se notará al final), hacer el ajo y la cebolla picados. Cuando estén transparentes, añadir el pimiento y dejar ablandar. Añadir las especias y el jengibre, bajando un poco el fuego, y procurar remover a menudo para que no se peguen. Añadir la zanahoria, la batata, boniato o calabaza, y saltear con el resto. Añadir el tomate y hacer un poco. Por último, incorporar la manzana. Echar las lentejas, revolver todo bien para que se impregne de especias, y verter el caldo (yo lo echo frío), la cantidad depende de vuestro gusto, si preferís un sopa espesa, como un potaje, o más caldosa. Las lentejas rojas tienden a absorber el caldo y a continuar hinchándose después de la cocción, así que hay que prever un poco más de caldo para evitar que el plato se os quede "seco".

Cuando el caldo comience a hervir, echar las acelgas o espinacas, el cilantro (personalmente, no me gustan las verduras de "hoja verde" demasiado "muertas", por eso las incorporo siempre hacia el final de la cocción), y dos cucharadas soperas de zumo de limón. Dejar cocer a fuego lento. El plato está listo cuando las lentejas, la zanahoria y la calabaza están hechas.

Servir con una cucharada de yogur por encima, o sobre un poco de arroz blanco si es plato único, y un disco de Ravi Shankar de fondo si queréis la experiencia sensorial completa . Antes de probar la primera cucharada, husmear el humillo fragante que despide.

miércoles, 21 de enero de 2009

Escultura inuk

Paseando por Quebec capital, se encuentran muchas galerías que exponen y venden arte inuk. Inuk es el singular de inuit, palabra que podría traducirse por "esquimales". El término "esquimal" ya no se utiliza en Canadá para referirse a este pueblo, porque no es el término que ellos utilizan normalmente para referirse a sí mismos. De hecho, la traducción de "esquimal", palabra que proviene de la lengua algonquina, es algo que los propios inuit consideran como despectivo, quiere decir "comedor de carne cruda".
El pueblo inuit vive en un territorio semi-independendiente del norte de Quebec, llamado Nunavut.
Los motivos de las esculturas inuit son eminentemente naturalistas: animales de la fauna del norte, (osos polares, morsas..., nanuk, el oso, suele aparecer bailando),


... madres llevando a sus bebés en la espalda de sus amauti o parkas tradicionales...

Inukshuk. Esta forma, que se asemeja a la de un hombre, es precisamente lo que quiere decir la palabra inukshuk. Estas figuras son utilizadas por los inuit como señalización de caza, para indicar un escondite de carne en la tundra, o bien como una especie de espantapájaros que atrae a los caribúes, detrás del cual se esconde el cazador.


Los materiales utilizados en este soberbio arte popular suelen ser los que se encuentran fácilmente en el gran norte: el marfil de los colmillos de las morsas, las astas de los caribúes, la esteatita, también llamada jabón de sastre, porque es una roca blanda que se utiliza para hacer las piedras con las que las modistas marcan la tela, y que puede ser pulida hasta alcanzar esa suavidad y ese brillo tan característicos de este tipo de escultura.

Para terminar esta entrada, y si los fríos invernales os dan ganas de adentraros más en esta cultura interesantísima y tan desconocida, unas cuantas sugerencias de cosas que he leído y visto:

- la sugerencia cinéfila: las películas "Atanarjuat", del director inuk Zacharias Kunuk, y "The snow walker", del canadiense Charles Martin Smith. La primera es mejor que la segunda (en mi opinión), quizá porque el punto de vista no es "blanco". Pero el que se anime a verla está avisado de que para disfrutarla es mejor tener un entrenamiento previo de aguerrido espectador de documentales antropológicos y de cine de autor.

- el clásico de la literatura quebequesa "Agaguk", de Yves Thériault.

- "L'île de Tayara" ("La isla de Tayara"), de Jean Désy. No parece existir una traducción en español. Escrito de forma simple y sobria, casi puede ser considerado como literatura juvenil (esto puede animar a los que quieren practicar un poco el francés, leyendo algo no muy complicado), pero la visión de Nunavut a través de los ojos de una adolescente que se instala allí con su padre permite formarse una imagen del norte diferente a la que nos dan los documentales.

- el extremadamente interesante libro del etnólogo Jean Malaurie, "Los últimos reyes de Thule", que habla de la vida de los inuit groenlandeses, una cultura muy similar a la de los inuit canadienses. Probablemente más fácil de encontrar en francés.

- si os apetece buena ficción policiaca, con interesante información sobre Groenlandia y remarcablemente bien escrita, la novela "La señorita Smila y su especial percepción de la nieve", del danés Peter Hoeg. También existe una adaptación cinematográfica. Para leer bien arrebujado bajo el edredón.

Sobre todo en estas latitudes.

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* NOTA (un añadido de última hora, que va bien con el tema ártico):

Esta semana he empezado a leer una novela de Dan Simmons: "El Terror". La estoy leyendo en inglés, pero veo que ya existe una traducción en español (y para los amigos de Quebec, acaba de salir en francés, a un precio bastante escandaloso).

A pesar de su título (que proviene del nombre de un barco), no es exactamente una novela de terror, sino una novela gótica. Está basada en un hecho histórico, la segunda expedición de John Franklin en 1845 al archipiélago ártico canadiense, en busca del paso del Noroeste. Ésta es una de esas veces en las que la realidad supera ampliamente a la ficción: la expedición de Franklin , que constaba de dos barcos, el Terror y el Erebus, quedó atrapada durante dos años en los hielos árticos (en busca de un paso que aún no existía, a falta de calentamiento global). Se cree que la tripulación murió de una mezcla de tuberculosis, inanición, envenenamiento por plomo y botulismo (a causa de las conservas que transportaban como víveres), escorbuto y, finalmente, canibalismo (esta hipótesis ha sido formulada tras encontrar y examinar los esqueletos de la tripulación), motivado probablemente por las horribles condiciones en las que subsistieron los marinos.

Como veis, Dan Simmons no necesitaba añadir mucha ficción a la historia para que resultara aterradora. El tema no es de una alegría terrible, pero siempre me han fascinado las historias de expediciones árticas. Acabo de empezar a leerla, así que aún no me he formado una opinión, pero el tiempo aquí es perfecto para acompañar este libro.

En la barra de video os dejo (durante un par de días), un poco de música inuit: los juegos o cantos de garganta .

domingo, 18 de enero de 2009

Yes, pecan! cinnamon buns



De vez en cuando recibo algún que otro correo electrónico más o menos bienintencionado, de lectores que piensan que debería hablar más de esto, menos de lo otro, menos inglés, más francés, menos dulce, sólo galletas... los leo todos, intento responder a la mayoría lo más educadamente posible, y si el tema propuesto entra dentro del espíritu de esta cocina, intento abordarlo. Pero de vez en cuando pienso que esa persona que ha tomado un poco de su tiempo para molestarse en escribirme, no sabía muy bien por dónde le daba el aire cuando ha empezado a leer este blog.

Para muestra, un botón: una queja que vuelve de vez en cuando, es la de "la actualidad no existe en tu blog, parece desconectado de la realidad". Normalmente encajo esta crítica con una mezcla de diversión, irritación y sentimiento de halago. Me da la impresión de que cuando una persona lee lo que escribo, le gusta lo suficiente para leerlo a menudo, y empieza a querer que me pronuncie sobre todos y cada uno de los temas que existen bajo el sol, me está a un tiempo pidiendo algo imposible y piropeándome.

Mi respuesta: mi formación de base es en arte y educación (y ahora en lengua), no en periodismo. No tengo ninguna vocación periodística, pero lo que se dice ninguna. Ni la formación ni la sabiduría necesarias como para ponerme a opinar sobre todo. Para eso ya existen versiones electrónicas de algunos de los mejores y más respetables periódicos del mundo -en todos los idiomas imaginables-, y canales alternativos de información, si preferís ampliar vuestra perspectiva con voces más disidentes. Y los analistas.
Además, escribir es para mí un placer, y no me apetece que se convierta en una obligación. Para terminar, y sin ánimo de ofender, si en cada bloguero hay un escritor oculto -o frustrado, depende cómo se mire-, en cada lector parece haber un editor deseoso de controlar el contenido. Agradezco a la mayoría de los que me leen el hecho de que se controlen las ansias editoriales y censoras, sobre todo teniendo en cuenta que no soy siempre políticamente correcta. Pero afortunadamente casi todos tenéis sentido del humor e inteligencia abundante (cualidades que van de la mano), como para no tomar lo que leéis de forma literal.

Este blog pretende justamente lo contrario de una página de actualidad: ser un remansito de paz, de buenos sentimientos y de -espero- buenas recetas y lecturas, para que en semanas como la que acaba de pasar, cuando uno se descorazona de ver lo que pasa en Gaza, lea esta página y le produzca un efecto balsámico. No anestesiante: sólo balsámico.

Todo esto no quiere decir que no me interese la actualidad, en absoluto. La verdad es que las noticias -radiofónicas, siempre me han parecido más dignas, sobrias y mejor contadas que las televisivas, que tienden a olvidar su función para ofrecernos sobre todo un espectáculo- son lo primero con lo que comienzo la jornada, junto con el café. Leo los periódicos regularmente, todos los días echo al menos un vistazo rápido a los titulares, y el fin de semana los leo con más detenimiento. Veo el telediario todas las tardes (normalmente a ritmo de jogging, en el gimnasio). Soy más bien crítica y sumamente cínica en cuanto a la calidad de la información que se nos ofrece, pero al mismo tiempo, creo que es casi un deber civil saber un mínimo de lo que pasa.

Como me gusta contradecirme, hoy señalo un evento de la actualidad publicando una receta que es la quintaesencia del dulce decadente norteamericano, y la publico básicamente por tres razones: la primera es que la semana pasada Cris me dio unas ganas locas de volver a cocinar cinnamon buns, cinnamon rolls o brioches à la cannelle, como los llaman por aquí, y ha reincidido con esta entrada, la segunda es que el repetir el mismo dulce (pero con una receta diferente, mucho más cerda, pero mmmh, mucho mejor), casi un año después del inicio de este blog riza el rizo en el tema aniversario, y la tercera es que esta semana (el martes) es el inauguration day. Mr. Obama toma posesión de su cargo, en olor de multitudes, cual rock star. Y como estamos muy cerquita, el viento de emoción que sopla en los USA nos afecta aquí también, en Canadá.

No quiero ser ceniza, pero el pobre Barack tiene el listón bastante alto para empezar su trabajo. Espero que en su guardarropa tenga un par de leotardos de superhéroe disponibles para afrontar la legislatura. Hay varias cosas que me preocupan de todas estas expectativas que ha levantado la elección de Obama, como el hecho de que sea uno de los negros menos negros que he visto en este continente, y no estoy hablando de su tono de piel. Lo digo más que nada porque veo en los canales americanos muchos ojos negros brillantes de lágrimas de identificación y esperanza, ojos muy lejanos del estilo de vida y del nivel de educación del nuevo Mr. President.

Hay, por otra parte, otras cosas que me dan ánimos, como su discurso esperanzador y de cambio en una época en la que la clase política es de un cinismo asqueante (la culpa es solamente de los que los votan, todo hay que decirlo). Tenemos los políticos que nos merecemos. Y parece que los americanos han decidido que merecían algo mejor.

Por todo ello, dedico estos bollos de canela y nueces de pecán al señor Obama, de ahí el nombre : Yes, pecan! cinnamon buns. El nombre no es invención mía, hace un par de días escuché en la radio que Ben & Jerry's había decidido homenajear al nuevo presidente, gran fan de sus helados, con un sabor dedicado a él. Para ello organizaron un concurso, concurso en el que los participantes propusieron divertidos nombres como Peanut Butter Barackle, Obamana Split, y Barackademia Nut. El ganador fue el que hoy bautiza estos sticky cinnamon buns, "Yes pecan!", parafraseando la emblemática frase "Yes, we can!" pronunciada en el famoso discurso de la campaña de Obama.


Estos bollos, pegajosos, marranos y pecaminosos, se hornean sobre un mar de caramel au beurre (caramelo hecho con mantequilla y azúcar moreno, como el nuevo presidente americano). Con el apoyo moral de Alfonso y Julieta, y aprobados entusiásticamente por monsieur M.

Os propongo que os animéis a hacerlos en vuestra propia versión, que los publiquéis, que una ola de olor a canela inunde la atmósfera ( y la blogosfera) al igual que la ola de optimismo que ha levantado Obama está inundando las Américas.

jueves, 15 de enero de 2009

Mac & Cheese

Un día de invierno en Montreal: amanecemos a 26 grados bajo cero. Máxima anunciada: -23º. Si miráis en la columna de la izquierda de este blog, he añadido un "termómetro" del Instituto Canadiense del Medio Ambiente, para que cuando os den tentaciones de lamentaros del tiempo que hace, os consoléis pensando que por aquí andamos luchando contra la congelación parcial de las orejas.

Los periódicos comentan la ola de frío (que no es exactamente una noticia ni una cosa excepcional en este país) porque el sistema de tuberías de Montreal, un sistema viejecito que ha visto días mejores, anda haciendo de las suyas y reventando, convirtiendo alguna que otra calle en una pista de patinaje instantánea.

El río San Lorenzo humea en días como hoy, con lo que se llama la "bruma ártica", causada por la diferencia de temperatura entre el aire glacial y el agua (también glacial, pero menos que el aire).

Con estos fríos, los buenos propósitos de Año Nuevo se van un poco a la porra. Vivan los glúcidos, la grasa y los calcetines de lana. Vengan los macarrones con queso y los gatos enroscados a los tobillos.

Los macaroni and cheese son un clásico de la cocina norteamericana. Os los presento en sus dos versiones, la sintético-horrenda del estudiante, de color amarillo fluorescente (colorante radioactivo que intenta imitar al queso cheddar):

(No fui capaz de terminarme el plato. Hice la foto, los probé y los tiré. Todo sea por la ciencia.)

Los mac'n cheese caseros, hechos con queso de verdad, con su parmesano y su costra de pan rallado por encima. Gratinaditos. Reconfortantes.

Receta, para los que necesiten un poco de calor invernal. Aún humeantes, pero no de bruma ártica.

miércoles, 14 de enero de 2009

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre la vida sexual de los quebequeses (y nunca se atrevió a preguntar)

(Imagen de Ed Polish & Darren Wotz)

(ADVERTENCIA: El contenido de este post puede ser considerado como una "docu-ficción", es decir, parcialmente ficticio, parcialmente cierto. ¿Qué parte es fiel a la realidad y qué parte es ficción? Como si fuera a decíroslo, vamos hombre...
Mamá, deja de leer ahora mismo si quieres ahorrarte el bochorno de tu vida.)
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Mi amiga quebequesa Lady D. (el pseudónimo es una broma privada, no es por lo real de su porte y lo aristocrático de su persona, más bien al contrario, Lady D. es accesible y humilde como la que más, y es ciertamente una persona encantadora), soltera en la joven cuarentena, joven de cuerpo y de espíritu, me honra con su visita y sentada en mi cocina da vueltas a una cucharita en la taza de té chai que le he preparado. Mientras le descubro las galletas "Príncipe", nos ponemos al día mutuamente y terminamos hablando de sexo, cómo no.

Yo, muertita de curiosidad, ya que Lady D. es una de mis pocas amigas solteras, con lo que se supone que tiene que llevar una vida apasionante de vicio y esplendor: -"Bueno, ¿Y ese amante-amigo que te habías echado últimamente? ¿La cosa progresa?"

Lady D.: -"Chica, no. La cosa murió antes de nacer."

Yo, decepcionada: -"¿Por qué? ¿Cómo? Yo creía que os habiais visto ya varias veces, hasta te había invitado a dormir en su casa..."

Lady D.: -"Cuatro veces, para ser exactos. Tampoco es como si ya hubiéramos planeado todo nuestro futuro juntos. Me dijo que yo le gustaba mucho, que le parezco una persona simpática, atractiva e interesante, pero que finalmente no cree que esté listo para un compromiso, blahblah,blah. Ya sabes, lo de siempre. A las mujeres en la cuarentena ya no nos apetecen tanto las aventurillas esporádicas, en las que hay que empezar de cero cada vez, -por no hablar del sexo, que es un horror cuando monsieur no te conoce- y ellos... se han acostumbrado a vivir solos y si les das a elegir entre hacer conversación para conocer mejor a una mujer, y ver el hockey en calzoncillos, rascándose alegremente, la segunda opción les parece más tentadora."

Yo (asintiendo vigorosamente): -"Por no mencionar que en Quebec, casi todo el mundo a esa edad ya ha tenido una primera pareja, con los consecuentes retoños. Lo que complica aún más la cosa. Menos mal que tu retoño ya es grande."

Lady D.: -"Yessss, sir. Y dentro de poco, mi pequeñín se irá a vivir con su futura novia." Alzando la taza de té, en un brindis: -"Al trabajo bien hecho, y terminado."

Yo, prosigo, sabelotodo: -"Y claro, las mujeres, a partir de los treinta son un poco más maniáticas..."

Lady D., cortándome, glacial: -"Selectivas."

Yo: -"Y todo el mundo sabe que si un tío aún está solo a los cuarenta, es porque: a) es un freak insoportable, b) es un psicópata peligroso."

Lady D.: -"Ciboulette, Arantza, vale con los prejuicios, ¿no?"

Yo: -"Mujer, no me tomes en serio. Es que he visto mucho "Sex & the city". Bueno, pero al menos estos encuentros te permiten tener otras experiencias. Mejor sexo que Botox. Rejuvenece igual, y no conlleva una parálisis facial. Ahora que la ceremonia de los Oscars se acerca, yo sigo pensando que las mujeres en los cuarenta deberían ser capaces de mover las cejas."

Lady D.: -"Tampoco mitifiques lo de la soltería a mi edad. Más maduro no significa necesariamente mejor amante ni personalidad más fascinante. A menudo significa que si tienen un gato, y una es alérgica, y se llega al estadio ese de la relación de «tu gato o yo», eligen al gato."
Yo (incrédula): -"NO."
Lady D. (suspirando): -"Eh bien, oui."

Yo: -"Ya, bueno, pero la variedad, la adrenalina de la conquista, el exotismo, la aventura..."

Lady D.: -"Oye, que suenas como esas mujeres casadas de las telenovelas. ¿Aburrimiento marital habemus?"

Yo (sonrojándome): -"No, no, en ese aspecto no me puedo quejar. Pero oye, ya sabes que yo soy muy púdica. No me importa airear y comentar hasta el menor detalle de TU vida sexual, pero no de la mía".

Lady D.: -"Qué rica. En serio, ¿pasáis por un bajón? Tras diez años juntos, es un poco normal que de vez en cuando haya un bache, ¿no?"

Yo: -"No, la verdad es que todo va bien. Ni siquiera tengo que recurrir a esos trucos absurdos como disfrazarme de institutriz inglesa y atizarle con una regla. Pena, porque conociéndome, hasta me haría gracia." Hago una pausa, soñadora...

Lady D.: -"Así que la monotonía se ha instalado?"

Yo: -"No, si los dos somos bastante, ajem, creativos, no hay peligro de que la monotonía se instale."

Lady D., curiosona: -"Creativos, ¿eh? ¿Y cómo de creativos?"

Yo (la miro, el entrecejo sombrío): -"Oh, ya sabes."

Lady D. se inclina hacia mí, ahora francamente comadre : -"No, no sé."

Yo: -" Juegos de rol. Moros contra cristianos. Rabinos y palestinos. Nos mola la tensión opositora. Y verle vestido de rabino me pone muy burra."

Lady D., un poco decepcionada: -"Ja."

Yo, ahora seria: -"Ya sabes que Monsieur M. es mayor que yo, vivió los salvajes 70 con edad de merecer, y como que eso le calmó bastante. También le dejó ese relentillo flower power que tiene él, ya sabes, lo de ser natural, y zen, y comulgar con el universo. Vamos, que por esforzarme, ni siquiera es necesario que me depile. Las primeras mujeres con las que pudo experimentar no sabían lo que era una axila depilada. Quememos los sostenes, etc, etc."

Lady D.: -"Mmh."

Yo: -"En fin, que con ducharme, es suficiente. Y no estoy segura de que ni siquiera sea un requisito necesario."

Lady D.: -"Mon amour, estoy lista. Me he lavado. Romántico."

Yo (cada vez más incómoda): -"Jolín, dicho así... En serio, lo de tener como pareja un ex-hippie tiene muchas ventajas, y no sólo lo de la depilación opcional. Por ejemplo, no hay riesgo de que se vuelva adicto a la pornografía."

Lady D., súbitamente interesada: -"¿Ah, no?"

Yo (sintiendo que estoy dando muuchos más detalles de los que me había propuesto): -"No. La única vez que le llamé para echar un vistazo a la pantalla del ordenador, para mostrarle unas fotos bastante instructivas sobre las que caí mientras buscaba recetas con calabacines..."

Lady D., escéptica: -"¿Recetas? Con calabacines, ¿eh?"

Yo: -"No me mires así, que es verdad. Tú no sabes lo que te puede salir como resultado cuando buscas en Google algo así, en inglés."

Lady D., aún escéptica: -"Ya."

Yo: -"Noo, DE VERDAD. Argh, cómo eres. El caso es que le enseñé la página «Johnnyboy and his huge zucchini» y-"

Lady D.: -"Ya veo que el adicto al porno en internet no es ÉL..."

Yo (gruño, exasperada): -"Que nooooo. Y él va y se me arranca con el discurso de que es lamentable la explotación femenina en ese tipo de industria, que si tratan a las mujeres como objetos, de forma degradante y machista..."
Lady D.: -"Jo. Er."

Yo: -"Ya. Yo sabía que en nuestra pareja había un feminista, y ahora resulta que es él. Así que el discurso igualitario, como que le quita picante a la cosa de las pelis guarras. Y ahí es cuando se nota más lo de la diferencia de edad. Yo he sido adolescente en los ochenta. He crecido apreciando el lado trash de la vida. Las permanentes, las medias de rejilla, la ropa de vinilo, el pintalabios negro y el eyeliner unisex. Él llevaba el pelo hasta la cintura, hacía tai chi y tejía su propia ropa."

Lady D.: -"Y cuando queréis aderezar un poco la vida íntima, si no tenéis grandes perversiones y el porno está excluido, os queda..."

Yo: -"«El Tao del arte de amar»." Pausa.

Lady D., escueta: -"Ah."

Yo: -"Y «Lo mejor del arte erótico japonés». «Tus chakras del amor»."

Lady D.: "----"

Yo: -"Si te ríes, te sacudo."

lunes, 12 de enero de 2009

La amabilidad de los ¿desconocidos?

En febrero va a hacer un año que empecé a escribir este blog. Podría decir que en un momento de arrebato literario el cielo nublado dejó escapar un rayo de sol entre dos nubes desgarradas, y que este rayo iluminó mi portátil, y que una voz atronadora dijo: "Escribe". Nada de eso. El nacimiento del blog fue producto de un resfriado invernal, en pleno febrero, cuando el invierno canadiense bajo la nieve ha perdido mucho encanto y los veinte grados bajo cero dan ganas de suicidarse, o de comerse cuatro tabletas de chocolate, o una ensaladera gigante llena de espaguetis a la boloñesa, o de intentar suicidarse comiendo el chocolate y los espaguetis.

Otra causa del origen de este engendro escrito que aún sobrevive es el bloqueo monumental que experimentaba mi tesina en la época (ahí le ando, no creáis).

Toda la ecuación puede resumirse en: pastosez mental producida por sobredosis de Tylenol gripal + estado de decaimiento físico (moqueo, veinte bajo cero, invierno interminable) + estado de decaimiento mental y académico (maldita tesina que no cesa) = blog.

Mi legendaria minusvalía tecnológica era aún más manifiesta que hoy en día (si vais a leer las primeras entradas, necesitaréis una lupa para poder ver las fotos, minúsculas), y la literaria... sin comentarios. Ésta última no ha mejorado mucho. Poco podía imaginarme por aquel entonces que terminaría teniendo amables lectores habituales, que aparte de leer mis tonterías intentarían cocinar las recetas que experimento aquí, que tendrían la paciencia de escribirme comentarios y que, a fuerza de leerme/leerlos (sus blogs)/escribirme/escribirlos, terminaría sintiendo que algunos de ellos son algo así como viejos amigos, como esos viejos amigos que he dejado en España, de los que sé muchas cosas, pero de los que desconozco la vida cotidiana, porque no los veo.

Y como muchas veces no sé qué aspecto tienen esas personas, me pasa como cuando vuelvo a ver a mis amigos en verano y veo que en mis dos años de lejanía han engordado, o adelgazado, o perdido pelo, o ganado arrugas y sabiduría, algunos incluso han añadido bebés a sus vidas. Son viejos conocidos y desconocidos a un tiempo, porque la imagen mental que conservaba de ellos no coincide con la nueva que tengo ante mis ojos. Siempre necesito un rato de charla para ajustarme a la nueva imagen. Imagino que a ellos les pasa lo mismo.

Algunas de esas amigas blogueras me han hecho reír mucho, (sus blogs deberían der declarados de utilidad para la salud pública por la Seguridad Social), pensar un poco (no lo hago en exceso, me fatigo por la falta de costumbre) y sonreír violentamente; me han alegrado numerosas mañanas y hasta me han enviado una muestra de su talento:


Otras me han descubierto países que no conocía, y que ahora me resultan extrañamente cercanos porque me digo cosas como "Noema vive allí", me han hecho ver películas de las que no había oído hablar, me han sorprendido con ciertas coincidencias y, conscientes de mis añoranzas, y de mi "navideñitis" aguda, me han mandado un paquete salvador:




A las dos amables "desconocidas" que menciono en el título, parafraseando a Blanche en "Un tranvía llamado deseo" (y casi en su mismo estado de decrepitud mental, todo hay que decirlo), no sé muy bien qué decirles, salvo: ¿qué he hecho yo para merecer esto? En el mejor sentido de la frase.

Y gracias. De verdad. Y no sólo por los regalos.